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Me has seducido, Señor

Un penoso acontecimiento

Madre Elisea se vio envuelta en una crisis congregacional de graves consecuencias a raíz del Capítulo General del año 1022. Durante un larguísimo periodo de veintitrés años había estado a la cabeza de la Congregación, ya como interina, ya por las sucesivas elecciones anteriores.

La influencia de que gozaba, su rica personalidad, las fundaciones que realizó, el espíritu religioso con que se distinguió..., constituían razones de peso para que un buen número de capitulares deseara elegirla nuevamente. El hecho es que las constituciones habían abolido el carácter vitalicio del generalato. Y la Santa Sede, tampoco veía con buenos ojos la perpetuación en el cargo. Exigía causas graves para una primera postulación (tras dos sexenios) y mucho más para una segunda postulación (después de tres sexenios). No existían tales causas.

Entre las candidatas teóricas, se destacaba la Secretaria General, M. Asunción Soler, de cuarenta años, de lúcida inteligencia y con proyectos a realizar. Ella tenía sus firmes seguidoras. Las religiosas entraron en el aula. Se procedió a los escrutinios de rigor, siempre con idéntico resultado: once votos para M. Elisea; cinco para M. Asunción y uno para M. Ángeles Badosa.

Tanta insistencia, seguramente, se debía a que la segunda candidata, M. Asunción Soler, no convencía plenamente a la mayoría. O quizás el motivo apunte a que una gran parte de la asamblea, asociaba el generalato con la Fundadora. Como fuere, el hecho es que existían graves impedimentos jurídicos para que esta última candidata progresara.

A lo largo del proceso -ya se había entrado en el aula con tensiones-, se fueron agudizando los bandos. Más que las dos candidatas, se enfrentaron los grupos aglutinados a su alrededor. Escaseó el diálogo y la flexibilidad, se faltó al respeto mutuo. Se multiplicaron los corrillos y los comentarios, quizás malintencionados. No se sabe con toda exactitud lo que sucedió, aunque sí está clara la repercusión y las consecuencias negativas que tuvo el caso.

El Vicario General de la Diócesis, informado puntualmente del resultado de la votación, declaró que M. Elisea no era jurídicamente apta para la reelección. Señalaba un día próximo para nuevas elecciones bajo su presidencia. No consta lo que sucedió en esta ocasión. Sólo sabemos el resultado: María de los Ángeles Badosa fue la nueva General. Las dos candidatas anteriores ni siquiera fueron elegidas como consejeras del nuevo gobierno.

(Manuel Soler, MSSCC y Hnas. Elena Coste Cruz y Asunción Perelló Senent. M. Elisea Oliver, una mujer del Carmelo, p. 16-17. Folletos CON ÉL, Nº 84, editado por la CONFER).


 

Consecuencias desagradables

Un grupo de religiosas austeras, entregadas generosamente a su labor en favor del prójimo necesitado, con un buen nivel de oración, con una consagración sincera a Dios, entra en conflicto a raíz de unas elecciones. Ocasión propicia para la reflexión acerca de de la fragilidad humana, de las ideas y programas sobre una buena causa que, de pronto, chocan entre sí. Por supuesto, no faltarían algunas dosis de envidia, protagonismos inoportunos, adhesiones un tanto fanáticas.

La Iglesia es santa y pecadora, siempre pendiente de reforma. La psicología humana es tremendamente compleja. Junto a actos de generosidad indudable, el ser humano es simultáneamente capaz de cicaterías poco dignas. Las religiosas no se libraron del lastre que se pega a toda institución.

M. Elisea trató de difuminarse en el anonimato y seguiar con su tarea en bien del prójimo menesteroso. Aceptó ir a fundar a Granada como Superiora local. Observó un muy laudable silencio. Sólo sabemos de una carta escrita en este periodo. La dirigió a su consejero P. Elías Ortíz, el cual, a su vez, escribió a Roma refiriéndose a los hechos acontecidos: "El asunto de Orihuela continúa embrollado. ¡Pobre Madre! ¡Cuánto ha sufrido y sufre".

M. Asunción Soler fue destinada a Fortuna (Murcia), donde ocurrirían sucesos dolorosos y no del todo clarificados. Acabaría abandonando la Congregación y fundando una nueva familia: las Carmelitas del Sagrado Corazón. La última vez que ambas se encontraron, tras los incidentes del Capítulo, M. Elisea la despidió con un abrazo, exclamando: "Adios, hija mía, hasta el cielo". En efecto, no volverían a verse más en la tierra.

M. Elisea supo bajar con toda naturalidad de las esferas del gobierno. Se adivina una etapa de intensa vida interior. Supo pasar inadvertida, ejerció en las tareas caseras, sufrió humillaciones, a veces, por parte de sus hijas, especialmente en Barcelona. La obra de la Congregación -en buena parte su obra-, en algún momento amenazaba con fragmentarse y hasta derrumbarse.

Su virtud y su confianza maduradas a la sombra de la coherencia y realismo, la mantuvieron firme en todo momento. Sabía que Dios está más allá de los pequeños y grandes acontecimientos de la historia y confiaba en que la obra de Dios, a la que ella había colaborado estrechamente, seguiría en pie.

En 1928 fue nuevamente elegida Superiora General. Había permanecido el último año en la Clínica Platón de Barcelona. El director de la misma, al enterarse de la elección, exclamó con sorpresa: "Nadie sabía que la Superiora era la Fundadora". Un comentario que habla con elocuencia de la discrección y la virtud de nuesatra protagonista.

(Manuel Soler, MSSCC y Hnas. Elena Coste Cruz y Asunción Perelló Senent. M. Elisea Oliver, una mujer del Carmelo, p. 17-18. Folletos CON ÉL, Nº 84, editado por la CONFER).


 

Momentos de prueba

A principios de mayo de 1931, Madre Elisea escribe una carta a unas religiosas venezolanas, en la cual, sospechaba las dificultades que el clima anticlerical de amplios sectores sociales podía acarrear a la Iglesia y a su propia Congregarción. Les comunicaba que, con el cambio de gobierno, el horizonte se ensombrecería y apelaba a sus oraciones. A los pocos días, en efecto, acontecieron numerosas que mas de conventos. Se vislumbraba el preludio de la guerra que llegaría en 1936.

La situación se complicaba y amenazaba seriamente a las religiosas. Signo de la ebullición del momento, es la retórica extremista y rebosante de bravatas de algunos líderes. Gritaba Lerroux: "¡Destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres para virilizar la especie. No os detengaís ante los sepulcros ni ante los altares. No hay nada sagrado en la tierra. El pueblo es esclavo de la Iglesia. Hay que destruir la Iglesia!".

Este clima, da idea de la tormenta que rondaba a cuanto se relacionara con la fe. La prensa liberal desarrollaba un bien organizado ataque contra la Iglesia a fin de sapicarla con el lodo del desprestigio. Cabe suponer las palabras soeces, irónicas e insultantes que escucharían en más de una ocasión las carmelitas.

"Ahora es tiempo de demostrarlo", escribió M. Elisea. Se refería a la autenticidad de la vida y al temple martirial que debe latir en toda religiosa. Quedó estampado su pensamiento: "¡No tengaís miedo de ser valientes con la valentía de los santos! Demostrémosle a Jesús que hay quien le ama y que estamos dispuestas, con su gracia, a llegar con Él hasta el Calvario... Orad mucho, levantad vuestros corazones al cielo de donde lo hemos de esperar todo".

En otra ocasión se expresaba así: "Y si acaso llegara el martirio, ¿qué mayor dicha la nuestra que dar la vida por quien la dio por nosotros?".

En una ocasión, la Hna. Irene, tenía reunidos a unos niños que celebraban su onomástico. ¡Viva la Hna. Irene!, gritaron. A lo que ésta replicó: ¡Viva Cristo Rey! Ello fue suficiente para que un policía, en las inmediaciones, la acusara por sus palabras delictivas. La hermana fue a comunicar el incidente a la Superiora General, quien le contestó: "Dí la verdad. Y si te condenan a la cárcel dí que seremos dos. Ve, que a los pies de Ntra. Santísima Madre te espero". Afortunadamente, regresó sin que se la inculpara.

Consta que tal firmeza no excluía la angustia por lo que podía acontecer a sus hijas. Por una parte, quiere saber cómo están, cuáles son los ánimos de cada una de ellas. Por la otra, ante las informaciones que le llegan sobre deserciones y cobardías, se la menta de no encontrarlas más fuertes en la fe.

Y en aras de su realismo, cuando comprueba que el riesgo es excesivo, cierra el noviciado, el postulantado, y manda a las candidatas a su casa.

(Manuel Soler, MSSCC y Hnas. Elena Coste Cruz y Asunción Perelló Senent. M. Elisea Oliver, una mujer del Carmelo, p. 18-21. Folletos CON ÉL, Nº 84, editado por la CONFER).


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