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Me has seducido, Señor

Alabado sea Dios

Entendieron muchos de quiénes estuvieron junto a M. Elisea que los acontecimientos de la II República, con las mil angustias y peligros para sus religiosas, precipitaron su muerte. Debió de afectarle íntimamente comtemplar la obra de su vida a punto de desmoronarse. Tampoco se vio execta de padecimientos físicos.

Leemos en las notas de una de sus biógrafas: "A primeros de diciembre se sintió gravemente enferma y, trataba de ocultarlo por no lacerar nuestro corazón, presentía que se acercaba su última hora. El día 8 del mismo mes, día de la Inmaculada Concepción, ya se encontraba muy mal, más como era fiesta tan solemne, hizo un esfuerzo para levantarse a oir misa. Al mediodía se acostó para no levantarse ya más. El dieciseis... le administraron los sacramentos, los que recibió con mucho fervor contestando con voz clara a las preguntas del ritual".

"La muerte consiste en trasladarse al cielo", había escrito con motivo del fallecimiento de una religiosa. Con toda sencillez, con palabras que pudieran parecer irrelevantes, si no fueran las últimas que pronunciara una gran mujer y que le brotaban de lo más íntimo, se despidió: "Hijas mías, no lloréis por mí. Sed buenas... amáos mucho... Os espero en el cielo". Sin gestos grandilocuentes, con su peculiar estilo de toda la vida, pronunció el último adios.

Transcurrieron cuatro horas de agonía. Con dificultad musitaba algunas oraciones, estrechaba el crucifijo y besaba el escapulario. Luego pronunció en su lengua materna: "Alabat siga Déu" (Alabado sea Dios) por tres veces. Y con esta jaculatoria de acción de gracias salida de unos labios agradecidos, de un corazón amante y de una mente lúcida, se durmió en el Señor.

Al decidirse a iniciar su vida religiosa, frente a los obstáculos del camino, había expresado: "Dios proveerá". Al final de la misma concluía con talante igualmente religioso y confiando: "Alabado sea Dios". Todo de sabor muy bíblico. Como Abrahám se puso en camino hacia el monte Moriah confiando en la providencia. Como el salmista, acabó sus días alabando a Dios: "Cataré eternamente las misericordias del Señor". Un laudable programa de vida para sus hijas.

(Manuel Soler, MSSCC y Hnas. Elena Coste Cruz y Asunción Perelló Senent. M. Elisea Oliver, una mujer del Carmelo, p. 21-22. Folletos CON ÉL, Nº 84, editado por la CONFER).


 

Uma misma santidad y un propio talante

Una misma es la santidad, sea cual sea el estilo de vida del creyente. Una misma santidad que, traducida a la préctica, adquiere diversos matices y acentos de acuerdo a la época, las circunstacias, los dones y el talante de cada cristiano. Tal es el pensamiento del Vaticano II.

Hay que resaltar en la personalidad de M. Elisea, un dato genérico: el relieve de las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad que le impulsaban al compromiso y, en ocasiones, implicaban severas renuncias. Un segundo dato a tener en cuenta se refiere a las actitudes y planteamientos con los que nos familiariza su biografía. Lo hacía todo con la mayor naturalidad, con sencillez, sin aspavientos.

Los criterios cristianos a la hora del discernimiento, los sentimientos de Jesús vertidos a la práctica, la visión de fe, la lucha por las grandes causas, es lo que convierte al creyente en seguidor de Cristo. Cuanto más espontáneamente aplique el fiel cristiano los criterios del Maestro y adopte sus sentimientos, tanto más muestra beber del manantial de Cristo y actuar con su fortaleza. Cuando todo ello se convierte en un hábito asimilado, cual de segunda naturaleza se tratara, entonces la persona hace las cosas sin mayor violencia. Realiza su vida cristiana como si brotara de su propio pozo interior.

El seguimiento de Jesús transforma el corazón. "Y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20). Las cosas acaban viéndose con los ojos de Dios, los criterios son modelados por la caridad. Las mayores hazañas, los padecimientos, los hechos extraordinarios, se llevan a cabo con toda naturalidad. Las cosas más grandes se hacen sin grandes ademanes. La nota verdaderamente extraordinaria la constituye esta ordinaria y permanente actitud de seguir a Cristo.

Por supuesto, hacer las cosas ordinarias extraordinariarmente bien, jamás ha tenido que ver con la mediocridad. Muy al contrario, es un síntoma de exquisitez y discreción. De M. Elisea, bien puede decirse que fue así. Mostró una santidad extraordinaria mientras iba desgranando los ordinarios acontecimientos de su existir.

Se destacan, en este trasfondo, dos facetas de relieve, según nos han transmitido quienes convivieron con ella: Su recogimiento inalterable y su gozoso semblante.

Un cierto temor que inspiraba, al primer contacto, se disipaba con el trato reiterado. Su recia humanidad y su seriedad sin encogimiento, su dulzura y su capacidad de escucha, conquistaba a las novicias y a las religiosas que vivían en el entorno.

(Manuel Soler, MSSCC y Hnas. Elena Coste Cruz y Asunción Perelló Senent. M. Elisea Oliver, una mujer del Carmelo, p. 22-24. Folletos CON ÉL, Nº 84, editado por la CONFER).


 

La elocuencia del silencio

Quizás una de las cosas que más se admiraban, a distancia, en M. Elisea, es el empeño de sus silencios. Ellos la configuran como un espíritu de talla y temple en el transcurso de su vida. Estos silencios son como la garantía y marca de su virtud. Una de nuestras hermanas los calificaba como "el mayor milagro"; de nuestra Fundadora.

¿Por qué acentuamos la importancia de este callar? ¿Por qué en dos de los momentos más críticos que le tocó vivir y en que la palabra vivaz -y hasta agresiva-, no habría extrañado, la observamos silente? Sorprende que M. Elisea, frente a la acusación de robo -urdida por sus propias hermanas de religión- no fuera más allá en su defensa, del memorable "Dios lo sabe todo".

En el tormentoso Capítulo, en que por exigencias canónicas, debió dejar el cargo, de nuevo un denso silencio sobre el particular. Ella era la protagonista principal del hecho. A ella se le vedó todo cargo de dirección en el Consejo. Al parecer, algunas hablaron e inclusive se desgañitaron. Otras se dejaron llevar del vaivén de los corrillos. A ella no se le oyeron lamentaciones ni quejidos. No se hizo la víctima, no se prestó a encabezar bandos.

Expresaba San Juan de la Cruz que la soledad es más sonora que el bullicio. M. Elisea atestigua, con hechos, que no raramente el silencio es más elocuente que la misma palabra. Tampoco hay que atribuirlo al azar que escribiera a su sobrina Cecilia esta frase: "Hemos de ser muy silenciosas, pues de almas parleras no se ha contado prodigio alguno (...). Queridas mías: a sacrificar el corazón no permitiéndole desahogo alguno que pueda desdorar el alma". En otras palabras, las exculpaciones, los comentarios irónicos, los murmullos ambiguos desdorar el alma: deslustran la virtud.

Seguramente que este capítulo de la espiritualidad carmelitana se lo sbía bien M. Elisea. Lo había aprendido con el corazón por su gran amor a María y su esfuerzo por configurarse con ella, modelo inspirador de nuestra consagración a Dios, que supo "guardar todas las cosas en su corazón" y esperarconfiada que Dios revelara su secreto... M. Elisea, supo encarnar las prescripciones de la Regla en cuanto al silencio: "... y cuide atenta y prudentemente aquel silencio que favorezca la justicia".

(Manuel Soler, MSSCC y Hnas. Elena Coste Cruz y Asunción Perelló Senent. M. Elisea Oliver, una mujer del Carmelo, p. 24-28. Folletos CON ÉL, Nº 84, editado por la CONFER).


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